
Entonces se ilumina de verdad esa emoción sin nombre escondida en cada nazareno, y el espacio y el tiempo se llenan de signos, de señales, de mensajes, y no existe el vacío y por cualquiera de nuestras calles apenas entrevista la majestad de su paso, uno comprende para siempre la dimensión mas honda de la parábola estelar de la ciudad. La Estación de Penitencia impone así sin lógica posible, ese ritual de fiesta inolvidable que es la liturgia liberadora del Hijo de Dios vivo, Hijo del Hombre, Hijo de la ciudad, entregado a su pueblo.
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