Entonces se ilumina de verdad esa emoción sin nombre escondida en cada cofrade, y el espacio y el tiempo se llenan de signos, de señales, de mensajes, y no existe el vacío y por el quinto agujero de la multitud a la salida de la universidad, apenas entrevista la candeleria, uno comprende para siempre la dimensión mas honda de la parábola estelar de la ciudad, Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre.
Ciudad Real impone así, sin lógica posible, ese ritual de fiesta inolvidable, de cincuenta años de esa liturgia liberadora del Hijo de Dios vivo, Hijo del Hombre, Hijo de Ciudad Real, entregado a su pueblo.
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