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jueves, 9 de octubre de 2014

La grandeza de nuestras pasiones

Abrazando el embrujo de nuestras devociones como si fuera la divina cruz a la que con infinito poder se aferra para salvarnos, nuestra existencia acontece tan apresuradamente como el agua de la reguera en busca de su suerte final… mientras, removemos las láminas de nuestras más íntimas adoraciones, evocaciones en cuartillas de papel desgastado con las que levantar un templete con claras reminiscencias a protecciones rogadas y conferidas. He detenido mi recorrido sentimental ante la imagen de sus más rancios y venerados fervores, que es el trastero de mi pensamiento, y ahora, no sé resurgir de la negrura de los sollozos. No me hago a faltar a esa oración que roza tu talón desgastado de tanta fe, donde cincelaste los pasos de mi credo con las pisadas sobre tu calvario al andar. Ya no hiede al gélido de tu templo. Ni se oye el rezo quedo, sordo de tus hermanos mientras hermosean tu poderosa e inigualable presencia. Ni mis pasos retumban tan íntimo. Cuando me descubro ante el ejemplo de tu sufriente y resignada Cara, sólo puedo vislumbrar mi confesión, mi propósito de enmienda y mi penitencia… y, a que ocultarlo, mi Salud, y mi Amor, y mis Penas. Y mi Gran Poder, que eres Tú.
Te extraño tanto en la liturgia de la media luz... a solas, mientras, el frío y el albor que está por llegar sacuden las almas y despiertan nuestras más enraizadas y emotivas rogativas, me reconforta desenterrar que yo sin más, he alcanzado a soportar un ascua fugaz por el mismo trayecto por el que Tú fuiste llevando día a día todas mis suplicas y cansadas cruces. No me veo en el reflejo de mi oscuro espejo, no me alumbra la luz de tu escondida y sin par mirada, claridad en mi enlutada historia. Pero pronto una túnica de tafetán cárdeno en la plaza, volverá a perdonar mis pecados. Y me consolara en esta vida y en su muerte, dejando mi devoción a la intemperie.

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