
Las hemos visto tantas veces...son para el hermano de fila, para el nazareno la imagen humana de una hermandad oculta entre velas, entre antifaces, muda, uniforme, donde adivinas, pero no ves el rostro del hermano, no escuchas su voz... Es como una inquietud insensata, que no se expresa, pero se vive en la fatiga, el dolor físico, el recuerdo triste, las ausencias... Las mujeres te saben hermano mas que cofrade, mas que nazareno, te escuchan...aunque no te hablen...
Te recuerdan a tu madre, siempre a tu lado en las primeras procesiones, y ahora...ahora descubres que nunca se deja de ser un poco niño...y agradeces saber que alguien sigue contigo mientras haces penitencia.
Se saben insertas en un rito donde no son protagonistas, y, sin embargo remedan las actitudes de los hermanos de fila...
Dobló la esquina, sin pausa y parecía ya alejarse cuando el capataz, sin razón aparente tocó el martillo y el paso se arrió. Fue un instante fugaz, un gesto que pocos apreciaron, pero que lleno de luz un recuerdo, una vida en en la visión de esas otras mujeres del Paso, llorando como ellas y ahora con ellas...
Pero no solo hay dolor o recuerdos. El murmullo se atenúa hasta desaparecer. A lo lejos todavía pueden adivinarse los faroles del paso. Es ya avanzada la noche. Algunas de las mujeres de la hermandad siguen hasta la entrada, otras caminan, en pequeños grupos, de recogida a sus casas... Ha terminado la estación. No hay palabras, solo un silencio cansado en los rostros...quebrado por algún leve comentario intrascendente... y una promesa: "el año que viene que nos veamos de nuevo al entrar". Hubo otro silencio, distinto, un poco triste, como una madrugada después que el Señor de San Pedro en su casa había entrado.